Durante décadas, solía ir a casa de mis padres y pasar allí las vacaciones. Pasamos allí dos meses, y cuando volvimos a casa y entramos en el piso, casi nos caemos al suelo: el olor era como si alguien hubiera acabado allí con su vida, y hacía mucho tiempo.
Limpiamos la nevera antes de irnos, sacamos toda la comida, no quedaban verduras. En resumen, nosotros mismos y nuestros olvidos no podíamos ser la causa de un «sabor» tan asesino.
Menos mal que mi marido es constructor de profesión y enseguida dijo que se trataba del sistema de alcantarillado.
Cuando utilizamos agua todos los días, el agua de esos sistemas circula y no da lugar a diversos procesos de putrefacción ni a olores. Cuando nos fuimos, todo se secó y se produjeron distintos procesos que nos provocaron ese olor.
El fontanero al que llamamos nos aconsejó verter aceite vegetal en todos los lavabos y tazas de váter y en el cuarto de baño, que forma una película y no se seca.
Ahora, cuando nos vamos de viaje, aunque sea por una semana, siempre echamos aceite en todos los desagües, para no volver a experimentar tales impresiones de olores de aguas residuales en el piso.